en Turín, el filósofo ya se había armado con el martillo de su filosofía, y por tanto ya puede hacer operaciones quirúrgicas destruyendo (mejor aún), transvalorando, y con ello radicalizando, la posición del ser ante la vida. Su colapso se ha interpretado también como la expresión máxima de la ternura y amor por el sentir animal.
Se dice que el derrumbe mental del filósofo, el deslizamiento en el tobogán de la locura, ocurrió después de un evento inesperado: Nietzsche se encuentra ante una escena: ve a un caballo exhausto que se desploma y es golpeado a latigazos por el cochero. Nuestro filósofo se acercó al caballo, lo abrazó y lloró junto a él, y le pidió perdón, era un perdón no sólo a la bestia sino a la humanidad. Pero era más que eso, se trata también de una declaratoria de libertad radical. Es sin duda un acto de amor. Aunque bien podríamos decir que fue una historia de amor lo que lo llevó a su máxima intensidad de reflexión y de sensibilidad.
La vida erótica, amorosa-sexual de Nietzsche siempre ha sido objeto de especulaciones, se sabe incluso que se hablaba de relaciones incestuosas con su hermana Elisabeth.
En 1882 el médico y filósofo Paul Rée, amigo de Nietzsche al que admiraba, conoce a Lou Salomé, una joven rusa de 20 años, bella, muy bella y muy dotada de inteligencia. Según Rúdiger Safranski y su libro Nietzsche, el joven Rée se enamoró de la inteligente mujer y deseando que Nietzsche se embriagara de su vivencia, le escribe que tiene que conocerla por encima de todo, sin embargo, es la invitación de otra amiga mutua, Malwida von Meysenburg, quien le decía al filósofo nihilista: “es una muchacha muy sorprendente [...], en el pensamiento filosófico me parece que ha llegado aproximadamente a los mismos resultados que usted hasta ahora [...] Rée y yo coincidimos en el deseo de verlo alguna vez junto a ese extraordinario ser”.
Después de peripecias y equívocos, se conocen en abril en la catedral de San Pedro en Roma. Dice Safransky que, en el encuentro con Lou Salomé, las primeras palabras del filósofo fueron: “De qué astros hemos caído aquí el uno para el otro”. Pocos días después de conocerla, Nietzsche le propone por primera vez matrimonio. No será la primera.
¿Pero quién es ese extraordinario ser de quien se enamoró Paul Rée y el mismísimo Nietzsche?.
Lou-Andréas Salomé es la protagonista de esta historia de amor de Nietzsche, y es además una figura imprescindible de la historia del psicoanálisis. Sigmund Freud, inventor del psicoanálisis, mantuvo relación epistolar por 25 años con Lou. En su primer intercambio con el Dr. Freud, el 27 de septiembre de 1912, desde Göttingen, la joven rusa le escribe: “Muy estimado señor profesor: Desde que en otoño pasado tuve la oportunidad de asistir al Congreso de Weimar, el estudio del psicoanálisis se ha adueñado de mí y me cautiva tanto más cuanto más voy penetrando en él”. Después de semejante declaración, Freud le solicita que, en una próxima visita a Viena, siga sus enseñanzas y sumarse al selecto grupo que los miércoles se reunían en su casa.
Lou Andreas-Salomé era portadora de una belleza deslumbrante, además de una potente inteligencia que le valió granjearse la amistad, en muchos casos íntima, de los más connotados intelectuales de la época. Su formación académica le permite romper los paradigmas que se establecían para una mujer en su San Petersburgo, donde nació en 1861.
Hija única, después de seis hermanos varones, de un general del Estado Mayor Zarista, a los 14 años se niega a confirmarse en la fe protestante, lo que fue forjando su carácter independiente y voluntarioso, mismo que se ve enriquecido sobretodo un año después, tras conocer al teólogo liberal Hendrick Gillot, del que adquiere una vastísima cauda de conocimientos en materia de filosofía, teología y literatura. Con este pastor holandés también conoce el vínculo tan poderoso entre la inteligencia y la pasión que la llevaría a vincularse amorosamente con una pléyade de intelectuales de esa riquísima época conocida como La Viena del fin de siglo.
Antes de acercarse al psicoanálisis, sale huyendo de la rusia zarista para llegar a Roma, donde conoce al filósofo Paul Reé quien, amándola, le presenta a Nietzsche.
Nietzsche, al poco tiempo de conocer a Lou Salomé, le propone matrimonio. Ella lo rechaza, sin embargo, le propone vivir en una especie de comuna entre los tres, así se imaginaba Lou la estancia y convivencia entre sus enamorados y ella, como una “agradable estancia de trabajo, llena de libros y flores, flanqueada por dos dormitorios y, moviéndose de aquí para allá entre nosotros, compañeros de trabajo, unidos en un círculo ameno y serio”.
Viviría así, en comuna por más de un año, después se separan. Más tarde, durante un viaje al lago de Orta, al norte de Italia, en el monte Sacro, Nietzsche se la volvió a encontrar... el filósofo recuerda ese encuentro como un suceso sagrado, esa noche cargada de secretas esperanzas propicia que el filósofo le vuelva a proponer matrimonio a la hermosa joven rusa. Escribe Safransky: “Lou, que se siente simultáneamente atraída y repelida por Nietzsche, lo rechaza de nuevo”. Nietzsche, ante este nuevo rechazo vulve a albergar la idea de una vivencia en común entre los tres, con Rée. Nietzsche expresa su deseo de que Lou se vuelva su discípula, incluso, su heredera intelectual. Más tarde, Lou acepta la invitación de Nietzsche para pasar el verano en Tautenburg, ahí conoce a Elisabeth, hermana del filósofo. Visitan los salones de fiesta y se empieza a gestar una relación de envidia entre ellas; a Elisabeth le molestaba el brillo de la joven rusa, pero, fundamentalmente, le reclama que no defendiera a su hermano de las calumnias que se expandían en los mundillos culturales.
El verano en Tautenburg se vuelve un infierno entre los tres. Pero ahí, entre los sentimientos adversos de los tres, ahí, el amor de Nietzsche para Lou se volvió a encender, Lou narra algunos momentos que pasa con Nietzsche, los largos paseos por las mañanas, escribe Lou, “Durante estas tres semanas hablamos casi hasta morir [...]. Hemos elegido siempre caminos de cabras y si alguien nos hubiera escuchado, habría creído que estaban conversando dos diablos”.
Es en esas semanas de encuentros y desencuentros de verano, donde se dice que hablaron largamente sobre la muerte de Dios y la religión. La relación se vuelve tan profunda como dispar ya que no comparten afectos. Nietzsche terminará escribiendo una carta al hermano de Rée donde dirá de Lou: “Esta seca, sucia y maloliente mona, con sus falsos pechos. ¡Una fatalidad!”.
Nietzsche no acepta que Lou no lo ame como él desearía, ella no descarta pensar que eventualmente pudieran devenir enemigos. Nietzsche termina pensando (¿alucinando?) que todo ha sido maquiavélicamente planeado para hacerle daño, el ser llamado por Rée para que la conociera en Roma, el que su amigo Rée no le haya dicho de sus sentimientos para con Lou. El mundo se desmorona, es presa del desprestigio social, la triple difamación de Lou: la de ser un egoísta, perseguir intenciones sexuales bajo un manto idealista y la de que su obra es fruto de un medio loco, estas afirmaciones se le hacen una carga insoportable. Pero el ermitaño amoroso logra darle la vuelta por la vía de la voluntad de poder y coloca bajo sospecha sus propias percepciones y coloca nuevamente a Lou en un lugar de objeto a, es decir, la vuelve a dotar de un brillo que lo sublima, entonces escribe de ella como: “un ser del más alto nivel, y su ausencia será siempre una lástima [...]. La echo de menos aún con sus malos atributos.
En diciembre de 1882 escribe a Franz Overbeck: “Ahora estoy totalmente solo ante mi tarea. Necesito un baluarte contra lo más insoportable”. Ese baluarte lo encuentra donde se encuentra cuando el amor desfallece, es decir, en el trabajo. Durante los siguientes diez días, con frenesí y casi delirante, escribe la primera parte de Así habló Zaratustra, sin duda, Lou fue para él, la gran partera.
Fuente: E-consulta.
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