Esta sobrecarga de información puede ser abrumadora y afectar nuestro bienestar mental, nuestra capacidad de atención y nuestras emociones. A través de internet, redes sociales, medios de comunicación masiva y notificaciones constantes, los ciudadanos “informados” estamos expuestos a una cantidad de datos que nuestro cerebro no puede procesar de manera eficiente.
El cerebro humano está diseñado para procesar información, pero claro que tiene límites. En promedio, sólo podemos manejar entre cinco y nueve elementos de información a la vez, según la teoría de la memoria de trabajo de George A. Miller, formulada en 1956 y pionera en identificar la memoria a corto plazo y los límites de la llamada memoria del trabajo. Sin embargo, en el mundo actual, recibimos miles de estímulos diariamente, lo que puede llevar a una sobrecarga cognitiva.
Esta sobrecarga cognitiva se refiere a la situación en la que la cantidad de información excede la capacidad del usuario para procesarla y utilizarla, lo que genera sentimientos negativos de frustración o fracaso, específicamente cuando hay un exceso de cantidad y una baja calidad de esa información. Como lectores, usuarios de redes, de plataformas de información y de medios de comunicación en general, es decir, como consumidores de información, la saturación y el exceso traen consecuencias a nuestra salud mental. Un estudio de la Universidad de California encontró lo obvio, que el consumo excesivo de información en redes sociales y noticias puede aumentar los niveles de ansiedad y afectar nuestro bienestar emocional.
En voz de la neurociencia, “cuando el cerebro percibe una sobrecarga de información, activa el hipotálamo que libera cortisol, la hormona del estrés, lo que puede provocar sensación de agobio y ansiedad, dificultad para relajarse y dormir, y aun incrementa la tendencia a pensamientos negativos o rumiación mental”.
Las condiciones en que vivimos hoy, se lamenta el escorpión, son la de una saturación informativa casi ineludible, que incrementa nuestra tensión y ansiedad, mayormente con las noticias violentas, terribles y dolorosas que llenan hoy las primeras planas, las plataformas digitales, las redes sociales y la internet toda.
A lo anterior se añade la “desigualdad informativa”, un factor explicitado en la investigación publicada por fronntiers.org en 2021: “Efectos de la sobrecarga de información, la sobrecarga de comunicación y la desigualdad informativa”. La desigualdad informativa es el resultado de inequidades sociales inherentes que afectan el cómo las personas de distintos niveles socioeconómicos acceden a la información y qué tipo de información se les distribuye. Las diferencias en el acceso a la información están relacionadas principalmente con el nivel de desarrollo tecnológico de una región, pero también con las condiciones de vida, de salud y educativas de las personas.
La desigualdad informativa influye de manera selectiva en las percepciones de los usuarios, moldea su capacidad de comprensión y entendimiento objetivo del mundo, y debilita la confianza entre ellos. Cuando el flujo de información se modifica selectivamente para forzar su homogeneización, las capacidades racionales y cognitivas del usuario se ven anuladas, pues el pensamiento racional no puede operar cuando los hechos se ocultan o se tergiversan, insiste el estudio.
Valga todo este extenso preámbulo sobre lo que ocurre en la mente de un consumidor “normal” de información, es decir, alguien no profesional, para contrastarlo con lo que ocurre en la mente de los consumidores profesionales de información, que son también informadores profesionales y periodistas. Catorce años en la redacción de un periódico dieron al venenoso las pruebas empíricas suficientes para calibrar la “neurosis periodística” y sus consecuencias.
En términos generales, la neurosis periodística puede entenderse como un estado psicológico y conductual que afecta a ciertos profesionales de los medios cuando la presión constante por informar, la inmediatez del entorno digital y la exposición prolongada a acontecimientos críticos o traumáticos empiezan a pasar factura emocional y cognitiva.
Desde luego que este fenómeno no figura como diagnóstico clínico formal, destaca el escorpión, pero puede analizarse bien desde una perspectiva sociopsicológica. Se manifiesta en síntomas como ansiedad crónica, hipervigilancia informativa, necesidad compulsiva de actualizar contenidos, y una autoexigencia excesiva por ser el primero en reportar o interpretar sucesos. En algunos casos, puede generar una identificación excesiva con las historias que se cubren, especialmente si están cargadas de violencia, injusticia o tragedia (para eso, como México no hay dos), lo que a su vez puede provocar insomnio, irritabilidad o incluso cinismo profesional.
También hay un componente ético que el arácnido quiere hacer notar: la neurosis periodística puede llevar al sensacionalismo, a sacrificar la profundidad por la velocidad, o a difuminar los límites entre lo verificado y lo opinativo. Sobre este asunto tenemos muchos casos en nuestros medios y prensa, lamenta el alacrán. En una era de sobrecarga informativa, algoritmos y polarización, algunos periodistas se sienten atrapados entre su vocación por informar con rigor y la demanda de atención constante por parte de las audiencias y sus propios medios.
También hay los que externan su neurosis con violencia y explotan porque no les toman una llamada o porque no se hace una corrección exacta como la quieren; los que se ofenden profundamente si se cuestionaba su opinión o su trabajo, e incluso aquellos que hostigan laboralmente a alguna reportera porque no les hace caso. En fin, el panorama completo del comportamiento neurótico de los periodistas, jefes de información y redacción, editores, coordinadores y hasta directores y dueños.
Esta “neurosis” refleja una tensión entre el ideal del periodismo y la realidad del ecosistema mediático actual en México. Además de una debilidad personal, puede ser vista también como el síntoma de una profesión en crisis constante, que necesita repensarse desde lo profesional, pero también desde la salud mental, la sostenibilidad laboral y el compromiso ético. Comprender la neurosis periodística no solo implica mirar al periodista, sino a todo el sistema que lo rodea y sostiene.
Fuente: Sin Embargo.
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