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El maltrato contra J.C. Jr.
Noticia publicada a
las 12:31 am 07/07/25
Por: Rafael Cardona.
Chávez estaba eufórico. Caminaba de aquí para allá. El vaso se rebalsaba, las carcajadas sin sentido ni motivo llenaban el aire. Dice Sabina, “la gente sin alma que pierde la calma con la cocaína”, y de la euforia sin razón pasaba a la furia
Eran cerca de las ocho de la noche. Las luces pardas de Culiacán en diciembre contrastaban con la abigarrada iluminación de las casas en la colonia “Art narcó”,
donde J.C. Chávez tenía su caserón colmado por un séquito podrido de lambiscones. La cochera estaba abierta y sobre la banqueta había un refrigerador con cervezas. Risotadas, empujones, silbidos.
Una amiga, funcionaria de la Universidad Autónoma de Sinaloa y compañera de infancia del boxeador, me llevó para una entrevista. Yo iba con mi hijo.
—Orita le hablo, pues, dijo un portero improvisado.
Chávez llegó a la puerta y a risotadas y lisuras con el coro festivo de los gandules, nos invitó a entrar. Al pasar, en un semisótano, una flotilla de autos deportivos. Cinco o seis. En la parte superior, un gran nacimiento certificaba la cercanía navideña.
Julio César, con paso elástico, a pesar de todo, nos miró con displicencia y le dijo a la mujer:
—¿Y estos qué? Soltó una carcajada fingida y corrió para darle un abrazo y un beso en la mejilla. ¡Vengan!
Bajamos a un salón de juegos. Mesas de billar y dominó; muros llenos de fotografías. Guantes, trofeos, cinturones.
Chávez estaba eufórico. Caminaba de aquí para allá. El vaso se rebalsaba, las carcajadas sin sentido ni motivo llenaban el aire. Dice Sabina, “la gente sin alma que pierde la calma con la cocaína”, y de la euforia sin razón pasaba a la furia:
—Zedillo es un hijo de la chingada, me robó siete millones el cabrón, quesque los impuestos, ¿cuáles impuestos?, me robó siete millones de pesos, ¿tons qué güera”?, tas bien guapa, ¿no?, ¿y estos güeyes qué? Y la catarata no paraba; se derramaba como la arena de un costal rajado.
—Yo a ti ya te conozco, me dijo.
—Sí, le contesté. Una noche con José Sulaimán y Don King en el Hotel María Isabel de la Ciudad de México, antes de la pelea contra Greg Haugen en el estadio Azteca. Gran noche. Inolvidable. ¡Ah!, tas cabrón.
Azorados, los dos niños de Chávez, Julio César y Omar, miraban los ires y venires y oían los gritos y las imprecaciones de su padre. Las mentadas de madre cruzaban el aire como jabs o ganchos de izquierda.
—¿Y cuál de estos niños será tu campeón, le pregunté? Obviamente. ¿Julio?
—No, dijo —tomándolo de la cabeza—, este es bien pendejo. Zape. “¿Verdad que eres bien pendejo?”, y se reía. El pobre infante no reaccionaba. No sabía qué hacer. Quizá tuviera diez años.
—No, el chingón es este, Omarcito. ¿Verdad que tú eres más chingón que este menso?
Hoy Julio está en la cárcel. En otra cárcel.
@CARDONARAFAEL