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El otro Hidalgo -I parte-
Noticia publicada a
las 03:24 am 04/09/24
Por: Otto Schober.
“Miguel Hidalgo fue intelectualmente superior a todos los hombres de su generación. Nacido en 1753, en la hacienda de Corralejo. Estudió en el colegio de San Nicolás, en Valladolid. Se recibió de bachiller en letras, en artes y en teología. Fue ordenado sacerdote en 1778 y su ascenso en el colegio de San Nicolás fue meteórico.
Entre 1776 y 1792 fue catedrático, tesorero, vicerrector, secretario y rector. Hablaba con fluidez el francés, el italiano, el tarasco, el otomí y el náhuatl. Los colegiales le llamaban el ‘zorro’, cuyo nombre correspondía perfectamente a su carácter taimado.” Era un hombre que enfrentaba la vida con un sentido eminentemente práctico. A su paso por los curatos de Colima, San Felipe en Guanajuato y Dolores dejó una estela de obras exitosas. Dedicó su tiempo a las faenas agrícolas e industriales; instaló talleres para desarrollar diversos oficios, dedicó parte de su tiempo a la apicultura, la cría del gusano de seda y el cultivo de la vid.
Se aficionó a la lectura de libros de ciencia y arte. Tenía conocimientos de economía política y su erudición asombraba a propios y extraños. Amante de la música instruyó a los indios en el aprendizaje de algunos instrumentos logrando formar una pequeña orquesta. Carismático y agradable al trato, pronto se ganó el cariño de sus vecinos. Era un cura apreciado, sobre todo por su don de gentes. Su rebaño espiritual no le preocupaba, lo dejaba en manos del eclesiástico Francisco Iglesias, prefería la vida material y la reflexión intelectual. Sin empacho organizaba tertulias y veladas literarias en su casa. Al calor de alguna bebida espirituosa por las noches su hogar se convertía en el foro para discutir sobre filosofía, teología, artes y política. Escucharlo disertar era un verdadero deleite, defendía con pasión sus argumentaciones, y la palabra lo poseía. Fue un seductor de almas. La primera etapa de la guerra de independencia estuvo marcada por la improvisación.
Hidalgo se dejó llevar por su instinto, apostó a su carisma y a su investidura sacerdotal y logró reunir decenas de miles de hombres, sobre todo de las clases populares. No tenía un plan de guerra claro, solo improvisó y se ganó la confianza del pueblo con una acción que no tenía prevista: Al pasar por el santuario de Atotonilco, vio casualmente en la sacristía un cuadro de la virgen de Guadalupe, y creyendo que le sería útil apoyar su empresa, lo hizo suspender en la asta de una lanza, convirtiéndose en el ‘lábaro’ o bandera sagrada de su ejército. La relación de Hidalgo con Allende y el resto de los oficiales fue tirante. Allende representaba el orden y la disciplina del ejército. La muchedumbre que seguía al cura desconocía ambos términos. Las primeras batallas ganadas por el ejército insurgente fueron producto de su numeroso contingente y del factor sorpresa que acompañó a los rebeldes en los primeros momentos de la insurrección. Frente a la organización del ejército virreinal, pronto llegaron las derrotas. Por encima de los demás jefes insurgentes, Hidalgo se ganó la voluntad de su pueblo gracias a métodos poco ortodoxos: Permitiendo el saqueo, la rapiña y en ocasiones hasta el asesinato.” Mañana la conclusión de esta historia. (Tomado de “Hidalgo el desconocido” de Alejandro Rosas)