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La realidad-ficción y el descrédito
Noticia publicada a
las 01:25 am 17/08/19
Por: Enrique Villarreal Ramos.
Pese a que el movimiento del 68 y la tragedia de Tlatelolco condujeron a un nivel máximo el descrédito presidencial, en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez (LEA) la realidad-ficción todavía se llevó más lejos y contribuyó al desastre nacional
El descrédito de los gobernantes en México comenzó cuando su narrativa se desconectó de los hechos y apareció la realidad-ficción para ocultar lo inocultable (por ejemplo, la inflación),
de justificar lo injustificable (como la represión), de descalificar lo incalificable (las protestas sociales), entre otros recursos de manipulación, desinformación, engaño, etcétera, que se volvieron recurrentes conforme los presidentes perdieron el control de los acontecimientos y eran rebasados por los problemas que ellos propiciaban, aunque culparan a otros de haberlos creado. Pese a que el movimiento del 68 y la tragedia de Tlatelolco condujeron a un nivel máximo el descrédito presidencial, en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez (LEA) la realidad-ficción todavía se llevó más lejos y contribuyó al desastre nacional.
Con LEA, la política-ficción consistió en mostrar, en la superficie, una cara amable con una supuesta reconciliación política (amnistía a presos políticos, participación de intelectuales críticos en su gobierno, mayor presupuesto a universidades), y hasta “izquierdista” con su prédica tercermundista (apoyó a Fidel Castro y a Salvador Allende, y el asilo a refugiados de dictaduras sudamericanas). Pero lejos de una voluntad democratizadora real, LEA no pudo ocultar su mano dura con el halconazo de Jueves de Corpus, la persecución a las guerrillas rurales (Genaro Vázquez, Lucio Cabañas) y urbanas (Liga 23 de Septiembre), el asesinato de Eugenio Garza Sada y la guerra sucia contra opositores (incluida la prensa crítica), de lo que se solía deslindar (así como de los hechos del 68), y culpar a los “emisarios del pasado” de provocarlos. Su sueño de obtener el Premio Nobel de la Paz o la Secretaría General de la ONU no dejó de ser una alucinación, dada la realidad internacional del momento. Daniel Cosío Villegas lo pintó como nadie: aunque LEA llamaba al diálogo, sólo predicaba su monólogo, al grado de ser “un caso incorregible de locuacidad, monomanía y desequilibrio”.
Si bien esta mitomanía política fue bastante dañina, lo que condujo al desastre nacional fue la economía-ficción. Esta consistió en la manipulación política de la economía, gracias al poder patrimonialista del Estado en manos del Ejecutivo, que en ese entonces era superior al del sector privado. Después de más de una década de crecimiento económico sostenido, LEA creyó que era el momento de “repartir la riqueza”, claro, a su manera, de forma despilfarradora, paternalista y clientelar. Su sexenio se recuerda por sus innumerables planes fantasmales, elefantes blancos (organismos, fideicomisos), obras inconclusas, subsidios indiscriminados, endeudamiento, inflación (pese a los controles de precios), la satanización de la inversión extranjera, el conflicto con los empresarios (a quienes culpó del descontrol económico) y el despido de su secretario de Hacienda, Hugo Margáin, por oponerse a la política derrochadora. LEA lo acusó de “reaccionario” y dijo que “las finanzas públicas se manejaban desde Los Pinos”. El estatismo económico condujo al desastre: inflación de 30%, fuga de miles de millones de dólares y la devaluación de 12.50 a 24 pesos por dólar. El inicio de las crisis de final de sexenio, y después de la debacle lopezportillista, el comienzo de la reacción neoliberal.
Fue tal el descrédito que provocó la realidad-ficción y sus consecuencias, que la gente empezó a leer al revés los dichos presidenciales y de los políticos oficialistas e, incluso, rechazarlos por completo, al considerarlos una estafa.
ENTRETELONES
El temor a la recesión agudiza la desaceleración económica mundial.