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sin embargo, en sentido estricto, pueden resumirse sólo en dos: el Tiempo Obligatorio que incluye el trabajo, las horas que consumimos en dormir, en comer, en descansar, en todo aquello a lo que estamos forzados para seguir viviendo, y el que llamaremos Tiempo Libre: el que dedicamos a la diversión, a la creación, a la reflexión, a un sinnúmero de actividades que no tienen que ver con la supervivencia, sino con la recreación de nosotros mismos.
No siempre dispusimos de estas dos formas del tiempo: hubo épocas en que solo nos dedicábamos a la supervivencia: noches y días a lo largo de la vida entera en las que solo había Tiempo Obligatorio. Esta lamentable circunstancia, sin embargo, sigue hoy siendo todo lo que hay para muchísimos seres humanos.
Platón se refiere al surgimiento de este tiempo excepcional en su diálogo La República, y señala la condición principal de su advenimiento: el Tiempo Libre apareció cuando la sociedad tuvo excedentes, y fue entonces cuando surgieron los poetas, nos dice. Yo agregaría que esos excedentes también posibilitaron el nacimiento de la filosofía y del arte y, en general, de todo aquello que crea la cultura y representa lo más propio de lo humano: ese extra que nos distingue del resto de los seres vivos cuya única ocupación está orientada a conservar la vida: lo que hace que no seamos solo seres biológicos.
Nótese que a este tiempo decisivo no lo llamo "ocio", sino Tiempo Libre. La razón es muy simple: "ocio" es una palabra que viene del latín otium que significa, por una parte, el tiempo destinado a la reflexión y a las artes; pero también al descanso, y este último, a mi juicio, está más relacionado con lo obligatorio que con la libertad. Descansar, por muy placentero que pueda resultarnos, cae dentro de lo indispensable para seguir trabajando, para renovar las fuerzas que nos permitan proseguir con el imperativo biológico de mantener la vida: el ocio también se entiende como inacción y, en cambio, el Tiempo Libre, como pretendo acuñarlo, en modo alguno implica inacción; es ante todo actividad, la actividad con la que producimos nuestro propio ser, esas actividades que nos hacen humanos, distintos del resto de los seres vivos con quienes, por cierto, compartimos muchísimas características, pero de los que nos distinguimos no solo por el grado, sino por la cualidad.
Intentaré ser más claro: los seres biológicos tienen un sentido dado: conservar la vida y no solo la de cada miembro, sino la vida: la vida de la especie; ese sentido se presenta como fuerzas instintivas que los dirigen, y a eso destinan todo su tiempo. Los seres humanos, en cambio, pese a ser animales no tenemos un sentido definido. Nuestra gran diferencia es que somos capaces de darnos algún sentido, de inventarnos metas y direcciones que van más allá, mucho más allá de la mera supervivencia. Como seres biológicos experimentamos esas fuerzas instintivas, pero las dominamos o, al menos, procuramos hacerlo: el hambre, que es la forma en que cotidianamente se manifiesta el instinto de supervivencia, la hemos reencauzado y ahora existe el arte culinario, hemos desarrollado el paladar y no solo comemos por necesidad, sino por antojo y por gusto. Y otro tanto ocurre con el deseo sexual, que es también un instinto, lo hemos reorientado y, de hecho, lo hemos reinventado como amor, porque el amor es un producto humano y como todos los productos humanos tiene historia: de los rituales de apareamiento rígidos de los animales, nosotros hemos descubierto formas inconcebibles de seducción: en poco se parece la pelea de los leones por entronizarse en la manada y así garantizar su descendencia, con las estrategias del trovador y del poeta, con los cosméticos y la moda, con la acumulación de riquezas, con las cirugías plásticas, con el brillo que inviste a quienes se encumbran en el poder o suben a la fama.
Y esto ha sido posible gracias a los excedentes de los que hablaba Platón, pues al tener resuelta la supervivencia nos liberamos del sentido único al que nos orienta la biología. Al tener Tiempo Libre podemos preguntarnos: ¿y ahora qué hago con mi tiempo? ¿Cuál es el sentido que le daré a este tiempo que ahora es para mí? No se trata del ocio, no se trata de la inacción ni del descanso, sino de tener tiempo para mí, para hacer de mí, para hacerme. Así aparecen la filosofía, la música, la ciencia, la religión, la política, la pintura, las matemáticas, la danza… todas ellas son respuestas activas, sentidos que hemos inventado y que nos han hecho lo que somos: humanos. Seres poseedores de un extra que los demás seres vivos no tienen.
Y por ello es tan ofensivo que alguien pregunte: ¿para qué sirve la filosofía?, ¿para qué sirve la poesía?, pues lo que preguntan es por el sentido de lo que en sí mismo es lo que da sentido. Esas preguntas se hacen desde lo biológico, son preguntas que tienen un supuesto animal. Quienes las formulan creen que todo el asunto es sobrevivir, resolver las necesidades. Por fortuna somos algo más que necesidades y seres biológicos. Por fortuna hemos descubierto el Tiempo Libre y con él podemos aspirar a más que solo a estar vivos, a seguir vivos. Tenemos la posibilidad de que nuestra vida no solo sea para conservarla, sino para hacer con ella lo que nos plazca: no tumbarnos a descansar para regresar con bríos al Tiempo Obligatorio, sino dedicarnos con ahínco a hacernos en la dirección que elijamos, a tener una vida propiamente humana.
Y no se me malentienda: no estoy hablando de filósofos y poetas profesionales, de esos que contribuyen al patrimonio de la humanidad, ni de músicos como Beethoven o Bach, ni de bailarines como Isadora Duncan o Nuréyev; estoy hablando de cualquiera que reflexiona, compone unos versos o silba una canción o se pasa un domingo bailando salsa en un parque público, porque estas actividades, al margen de su utilidad para incrementar el producto interno bruto del país, o de la calificación que merezcan en cuanto a su calidad, son en sí mismas actividades que nos hacen seres humanos, y por eso no importa si son lucrativas o inútiles, reconocidas o irrelevantes o si nos llevan al éxito o a ningún lado; son benéficas en sí mismas porque nos permiten ser más que meros animales, con ellas nos construimos como personas.
X @oscardelaborbol
Fuente: Sin Embargo.
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