en ella ingresan y se procesan todos los niveles de conocimiento: empírico, científico, filosófico y la fe, (donde no se puede probar nada ni a favor ni en contra: solamente se cree, se acepta o no).
Una persona alcanza una vida interior, social, cultural, científica, ecológica, ontológica, espiritual más plena, si logra formarse una consciencia más amplia, más expandida en el tiempo y el espacio y en todas las dimensiones posibles. La dimensión social, relacional, será siempre la más importante, la consciencia está hecha para las relaciones interpersonales con Dios, con nosotros mismos y con los demás ¡Esa, es la finalidad de darnos cuenta! Por eso cuando hablo de una consciencia expandida en el tiempo y el espacio, tiene que ver con la conexión, el contacto humano pasado y presente, a través de la literatura, el arte, la filosofía, la teología y todos los saberes que nos permiten la comunión transtemporal. Los antepasados ya no están, sin embargo, el diálogo, la comunicación ¡siguen, en el espacio de la consciencia!
Un resortito activa la expansión continua de darse cuenta: la curiosidad epistémica, ¡el hambre de saber y entender!, Entender mejor, para amar más, con la humilde convicción de que, todo lo que uno lea, investigue, estudie y comprenda, sólo nos hará menos ignorantes, pues siempre será más lo desconocido que lo sabido. Y una prueba de ello es que ni siquiera conocemos bien nuestro cerebro humano. ¡Cargamos un gran misterio en nuestra propia cabeza! Nuestro cerebro ¡es el órgano más poderoso y extraordinario del universo! Somos más humanos, cuando somos más conscientes.
Parte de entender de la vida es concebir el conocimiento como un gran buffet del que tomamos únicamente lo necesario para dar sentido a nuestra existencia y ser más empáticos; ¡darnos cuenta! Darnos cuenta de las cosas ¡es fascinante!, aunque a veces es doloroso; porque duele la ceguera ajena, la cerrazón, ¡la inconsciencia!
Nutrir nuestra consciencia es llenarla de convicciones sólidas, ilustradas, bellas, espirituales, que nos vuelven seguros, al mismo tiempo que nos permiten fortalecer a otros; enriquecerla con pequeñas cosas y detalles significativos, nos hacen contemplativos de esos humildes rincones donde nos aguarda Dios y descubrimos nuestra grandeza. Ahí custodiamos el amor que compartimos. ¡Vivimos porque estamos conscientes! ¡Somos la asombrosa obra de Dios! La consciencia es la respiración del alma.
Este recinto sagrado es un mutante automático, genera las grandes transformaciones: estructurales, sistémicas. ¡Es lo más dinámico de nuestro ser! Los cambios son parte de la vida, la libertad y creatividad humanas, sobre todo cuando son motivados por el amor a los semejantes, por los que sufren a causa del egoísmo, del conformismo ante el status quo.
Nuestro abnegado pueblo mexicano se aguantó por décadas sin protestar; pero llegó el punto donde exigió expresamente un cambio; y fue en el año 2000, pero éste, se hizo realmente factible y franco hasta el 1 de julio de 2018. No nada más los partidarios de Morena, sino otros partidos se pronunciaron por el cambio. En eso coincidieron los que ganaron y los que perdieron la elección. Ahora y aquí, el cambio es un patrimonio nacional y nos pertenece a todas y a todos los que vivimos en México. Morena no es dueño del cambio; únicamente es custodio y facilitador del cabal cumplimiento de la voluntad ciudadana mayoritaria.
Los morenos tienen que entender que están llamados a acatar con fidelidad la voluntad popular. El cambio en esta nueva administración se llama Cuarta Transformación, 4T. No es una expresión retórica; es una ruta nítida y precisa para orientar al país. En su turno, el PAN, PRD, el PRI no pudieron, no supieron, o no quisieron responder a esta desesperada demanda ciudadana. Simplemente se preocuparon por su instituto político y su grupo. Nunca entendieron el alcance de esta exigencia. Ella era prácticamente un emplazamiento que el gobierno tenía que cumplir tarde o temprano.
Hoy le tocó el turno a Morena, ¿podrá con el paquete?, ¿aprenderá de los fracasos anteriores? o ¿seguirá la senda fallida del PRD? ¿Se fragmentará en tribus administradas por líderes, litigando entre sí, más preocupados sus intereses, y hasta por el 2024, que por la 4T?
En Morena no todos los que forman parte del gobierno están por convicción: muchos se colaron por conveniencia, y ahora algunos han comenzado a enseñar el cobre del oportunismo de una política vieja, mañosa y reciclada. Algunos no apoyan acciones que no estén financiadas. Aunque hay también quienes trabajan porque las cosas cambien, anteponiendo su compromiso, al dinero.
Los morenos no se mandan solos, tienen en sus manos la orden de cambiar. Su patrón es el pueblo. La transformación no es un chiste. ¡Hay que cumplir! o irse a buscar “puestos al mercado”, como repite el presidente Andrés Manuel. El compromiso que llevan encima es grande. Ojalá lo entiendan todos. La 4T no es propiedad de un partido; nos pertenece a todas, a todos, ¡es un derecho blindado por la transparencia, la rendición de cuentas y la revocación del mandato! ¡No hay de otra, morenos!
Pero la 4T tampoco puede ser una calca de épocas pasadas, porque cada período y generación tienen lo suyo. No podemos vivir con recetas del siglo XIX, o XX. ¡Somos del siglo XXI! somos gente de hoy, éste es el tiempo que nos tocó vivir. Podemos retomar valores y principios perennes, sin embargo, los acuñaremos y adaptaremos a nuestro modo. Los valores son de siempre, pero su aplicación es coyuntural.
Este criterio de no vivir como en el pasado, se aplica al catolicismo: podremos admirar a una santa o un santo del pasado, pero no podemos vivir el Evangelio como ellos. Su cultura, época y circunstancias no son las nuestras. Ni siquiera podríamos vivir la fe cristiana, siguiendo la cultura, las costumbres de Jesús en el siglo I. La gracia de Dios es efectiva en toda época y circunstancia, pero ella se adapta a cada persona, cada época. Es una gracia personalizada. El Espíritu Santo es innovador, no le gusta trabajar con moldes y tampoco es un aburrido convencional. Está convencido que cada ser humano tiene derecho a estrenar una vida propia y no cargar con formas viejas de otros. El Maestro de Nazaret enseñó que el vino nuevo hay que ponerlo en recipientes nuevos: ¡Todo original!
¡Es un verdadero portento la originalidad de cada ser humano! ¡Cómo no maravillarnos de que ningún humano se repita!, que cada persona sea única, ¡nunca ha habido, ni habrá alguien igual a otro! Y más todavía: Cada acción de un individuo es también original, por el hecho de ubicarse en el tiempo, el espacio y circunstancias exclusivas de él. Lo que pasa es que ya nos acostumbramos a no admirarnos ante la increíble diversidad humana. Mucha gente no aprecia su propia originalidad, está inconforme hasta con su físico, y hace cosas para estandarizarse, para construir artificiosamente estereotipos a través de modas que tienden a uniformar a la gente. Las cirugías faciales y corporales son muestra de esto.
Para mí, no hay nada más fascinante que contemplar a la gente, individual o colectivamente: disfrutar su originalidad; bueno, la exterior, porque la interior, ¡ya son palabras mayores! Es todo un mundo complejo y único, y por lo mismo, sagrado. Ahí, únicamente Dios puede ingresar en esos mundos y entenderlos.
Pero volvamos a la historia: los observadores de hechos pasados, ubicados en el siglo XXI, sobre todo los que tengan más capacidad de incidencia, tienen dos opciones: o copiar recetas de cocina, repitiendo modelos pasados o, crear nuevos paradigmas adaptados a las exigencias de hoy. Esto será posible sólo si los actores incidentes se convencen que pueden crear otras formas de vida; si asumen su responsabilidad como agentes de cambios significativos, del status quo.
No es verdad que la historia se repite. Para que esto fuera cierto, tendrían que repetirse: personas, tiempo, lugar, circunstancias, etc., y esto, no sucede. Pueden darse similitudes, pero jamás personas iguales.
México está actuando una de las transformaciones más radicales y profundas de los últimos cien años, por primera vez en nuestro devenir histórico, estamos participando en este proceso: el Estado mexicano y la mayor parte de la sociedad comprometidos con un nuevo modelo de país. Y esto, a pesar de inercias del pasado, resistencia al cambio y enfrentando condiciones externas adversas, como la constante presión de poderes fácticos capitalistas representados dignamente por Donald Trump, por la guerra comercial EEUU-China. Pero ¡nuestro cambio nacional, va!
Para los cristianos, católicos o de diversas iglesias evangélicas, el cambio, las transformaciones, tienen que ver con la Pascua de Jesucristo; con el paso de la muerte a la vida; se refiere al tránsito de todas las formas negativas que causan frustración, sufrimiento y destrucción a toda forma de vida plena compartida. El joven Jesús de Nazaret se preparó treinta años para la misión del Reino de Dios; realizó lo que le tocaba, lo que dependía de él en tan sólo tres años, al cabo de los cuales quiso celebrar una Cena pascual o Ultima Cena con sus discípulas y discípulos. El Maestro legó a sus seguidores la tarea de una continua y radical transformación del mundo; es decir llevar la Pascua o paso del Señor en nuestra historia hasta sus últimas consecuencias liberadoras; haciendo presente la nueva vida del Resucitado en toda actividad humana.
Desde entonces, todos los que nos decimos cristianos tenemos el compromiso moral de luchar por cambios estructurales, sistémicos, económicos, políticos, culturales, sociales, religiosos, a fin de hacerlos pasar de cualquier situación que esté contra la vida humana, en cualquiera de sus etapas de crecimiento, a todas las formas que sí garanticen la vida integral de toda persona, prioritariamente los más relegados y desfavorecidos.
Mas nada de esto es factible si no se procesa en el maravilloso espacio de la consciencia, y desde ella debemos trabajar para construir el México que queremos, sin esperar hasta que los otros hagan lo que les toca. De la participación de todos depende el éxito de esta magna empresa.
Fuente: Por Esto.
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