Andrés Manuel López Obrador creó el México de la Cuarta Transformación… Y topó con la división de Poderes.
En la fase final de la hegemonía a sana distancia, a Ernesto Zedillo le dio por reducir a nueve el número de ministros de la Suprema Corte de Justicia. Aquella que diría Margarita Michelena “debería ser Corte Suprema y no Suprema Corte” en la lengua castellana a la que los naturales, los indígenas de México se referían al afirmar que hablaban “Castilla”. Etimologías y semánticas aparte, las ceremonias inaugurales fueron notables y de enorme impacto que trascendió el entusiasmo de los leales del líder tabasqueño; y sumó millones más a los treinta y tantos que le habían dado el mandato el 1º de julio. Pero no pudo descansar el de la mayoría incontestable, porqué la Constitución de 1917 es todavía programa y norma.
Y dice la Constitución en el artículo 94: “La remuneración que perciban por sus servicios los ministros de la Suprema Corte, los magistrados de circuito, los jueces de distrito y los consejeros de la Judicatura Federal, así como los magistrados electorales, no podrá ser disminuida durante su encargo”. División de poderes, aunque los de la transición en presente continuo, insistieron en que no fuera ni separación.
Las razones del constituyente obedecían a la división de poderes que regía y rige en nuestra República federal, democrática y laica. Con y sin los añadidos o recortes hechos por el llamado constituyente permanente, casi siempre sumiso a la voluntad política del titular del “Supremo Poder Ejecutivo de la Unión”; dueño del destino inmediato de los que hacían como que hacían política. No excluyo, desde luego, a las generaciones de empresarios, criaturas del cesarismo sexenal que llegaron a imponer el poder del dinero y hacerse de la rectoría económica y el señorío político.
De favoritos y favorecidos del Palacio a amos y señores de políticos que en su vocación de mozos de estribo acabaron con el sistema plural de partidos y dieron paso al soñado acceso al primer mundo. Al hoy atrapado en el laberinto de la desigualdad socioeconómica y el brote incontenible del neofascismo en el mundo multipolar; en la pesadilla neonazi de los dueños del dinero que caminan al abismo como los antecesores que pasaron de la crisis económica al financiamiento de Adolfo Hitler. De la república de Weimar al Reich de mil años que desapareció entre llamas y ruinas en menos de diez años. Hoy la ultraderecha financiada, sometida al gran capital es apoyada por los de abajo, los desempleados, los de la ira racista y el odio al inmigrante que “viene a despojarlos del empleo”.
Ahí está la tarea inmediata, la urgencia mayor a la de la austeridad salarial de los trabajadores al servicio del Estado. Los conflictos de la política migratoria que ha impuesto la demagogia racista de Donald Trump no se resolverán con el Muro simbólico de la exclusión, ni las amenazas de “cerrar la frontera con México”. Pero el proyecto de una nueva alianza para el desarrollo, que incluya a los vecinos inmediatos de Centroamérica, aunque resultara en beneficios a largo plazo, no libraría al Estado mexicano del papel de policía auxiliar migratorio de los Estados Unidos en nuestro territorio. Así como la reducción del ISR y del IVA en la frontera Norte, primera cortina, dice López Obrador, para detener a los nuestros, no reducirá la desigualdad socioeconómica que los empuja a emigrar.
Buena y respetuosa ha sido la relación entre el de la Casa Blanca y el que se negó a habitar en Los Pinos. “Extraños compañeros de lecho hace la política”, decían los británicos. O la necesidad que, según las abuelas, tiene cara de hereje. Para no incurrir en las iras teocráticas de los partidarios y partiquinos del que navegó el desierto durante más de doce años en busca de la estrella que lo condujera hasta el Palacio Nacional, para ser “el mejor Presidente que ha tenido México” desde Benito Juárez. Dicho por Andrés Manuel López Obrador, ya desde la casa de Roma y después de firmar una carta diplomática en la que se dirige a Trump y le dice ser cómo él por haber combatido y vencido ambos al “establishment”.
Largo el interregno mexicano que resulta el camino de Damasco para los vencedores en las elecciones de Presidente de la República. Dueños del poder han de enfrentarse a la terca realidad. Nadie ha puesto en duda la vocación de servicio de López Obrador. Es hombre al que mueve la voluntad de poder y no la ambición de hacer fortuna, de acumular dinero. Pero en el lenguaje político lo mismo se invoca la austeridad para servir a los pobres, que se busca imponer la visión del neoliberalismo que condena AMLO y que nos quiere hacer “creer que la austeridad es expansionista”, que así, reduciendo al Estado, se alcanzará el desarrollo y el progreso.
Mal anda la transición mexicana en presente continuo. Pero el proyecto de López Obrador de “primero los pobres, por el bien de todos”, niega la fatalidad del poder a la ultraderecha y ha venido a demostrar que no es un peligro para los dueños del dinero en México, aunque la visión retrógrada siga describiéndolo como un “populista”. Lejos está de ser un hombre de izquierda en la hora del capitalismo financiero y la crisis recurrente de lo que él mismo llama neocapitalismo al que se debe tirar al basurero de la Historia, para dejar paso al ya casi olvidado “desarrollo estabilizador” de Antonio Ortiz Mena y las décadas del milagro mexicano, con crecimiento anual de seis y siete por ciento del PIB.
¡Ah! Vino el remolino y nos “alevantó”: así, ahora resulta que Carlos Salinas, el jefe de la mafia, incluiría a AMLO entre los que llamó “nostálgicos del pasado”.
Y Ricardo Monreal, punta de lanza del Legislativo en la división de poderes, acusa: La acción de inconstitucionalidad “fue elaborada, redactada y cabildeada por ministros de la Suprema Corte”. Y atrás del espejo, Martí Batres viste toga ciceroniana y anuncia que habrá resistencia y conjuras de quienes no quieren “perder sus privilegios”. En San Lázaro, Mario Delgado, coordinador de la bancada de Morena, tribuno de la Cuarta Transformación, acude a las redes sociales para sentenciar: “A pesar de la suspensión de la SCJN de la ley federal de remuneraciones, en el decreto de presupuesto 2019 se ajustarán los salarios para que nadie gané más que Andrés Manuel López Obrador, como lo ordena la Constitución. Aunque se resistan, habrá austeridad republicana”,
Una pregunta a los que condenan a los de arriba: ¿En ese presupuesto hay o habrá aumento de impuestos para los de mero arriba, para las grandes corporaciones y los dueños del capital que se benefician de reducciones, o de plano nada pagan?
“Y el silencio se hizo en la casa del juicio”.
Fuente: Por Esto.
[Regresar a la página principal] |