ligada felizmente al movimiento de Ilustración, mismo que abogaba por el empleo de la razón y la ciencia frente al oscurantismo religioso y el pensamiento dogmático que impedían el desarrollo humano.
La masonería mexicana se vinculó posteriormente a las revoluciones liberales que se dieron en Europa y en América, fue así que adoptamos el lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, basado en principios fundamentales que marcaron la historia de la humanidad y que siguen siendo las bases de una sociedad equitativa y democrática.
Todo lo anterior sería justo y perfecto si no fuera porque el concepto de igualdad se interpretó, y aún se interpreta, como lo homogéneo, lo idéntico, utilizando al hombre blanco occidental como modelo, dejando fuera al cincuenta por ciento de la humanidad e ignorando la pluralidad cultural que existen en el mundo y en nuestra patria.
Es importante aclarar que en algunos ritos de la masonería moderna, a las mujeres se les sigue considerando, como antaño, inferiores a los hombres, lo cual se expresa en el hecho de que se les niegue la posibilidad de alcanzar los más altos grados y en catalogar sus logias, llamadas de adopción, como paramasónicas y no propiamente masónicas. Asimismo, la exclusión en estos ritos se expresa en la ausencia de iconografía y referentes simbólicos que las vinculen a la sabiduría y conocimientos propios de las importantes culturas de nuestro país y región como la maya.
Aunque es preciso aclarar que en el Rito Nacional Mexicano las logias son mixtas y las mujeres somos consideradas iguales en derechos, en capacidades y valores al hombre. Es decir, no se pone al hombre como modelo y centro del universo, excluyendo o menospreciando a las mujeres. Sin embargo, aun en ellas, resulta apremiante rescatar la pluralidad cultural y de etnias que caracteriza a nuestro país, incorporando los conocimientos que de ellas proceden y que iluminan de igual forma que las otras el camino a nuestra perfección individual y como sociedad. Esto implicaría aceptar que lo femenino y nuestras culturas madres deben estar presentes en los símbolos y signos de la masonería. De hecho lo están, sólo es cuestión de reconocerlo. Lo están en un número emblemático para la masonería mexicana, o sea el tres, considerado como el número perfecto por Platón y Virgilio, evocado en todas las santísimas trinidades y en las manifestaciones de la naturaleza y del universo. También en el artículo de nuestra Constitución que habla de la educación y por lo tanto de la luz del conocimiento, en los tres escalones y planos del conocimiento. Y de manera fundamental, en la cultura maya. Expliquémonos mejor de la siguiente manera.
Los mayas se concebían integrados a los ciclos de la naturaleza y vinculados con tres mundos: Ka’an (cielo) Kab (tierra) y Xibalbá (inframundo). En Calakmul, centro que floreció en el clásico maya y que tuvo su mayor esplendor aproximadamente 550 años DC, por cierto en una época durante la cual fue gobernado por una mujer de la que misteriosamente se desconoce su nombre, se encuentran tres piedras redondas colocadas en forma triangular, las Ox Xik’ub o tres Piedras del Hogar, que tienen su correlación con las estrellas Alnitak, Saïf y Rigel situadas en la Constelación de Orión (no se trata de las tres estrellas que forman una línea recta -el cinturón-, sino las que están dispuestas en un triángulo equilátero situado abajo del cinturón). En ese lugar sagrado del cielo un día pasaba en su barca el Dios del Maíz, se detuvo para tomar un poco de fuego y lo lanzó a los seres humanos quienes colocaron tres piedras para contenerlo en el suelo. Las Ox Xik’ub o Tres Piedras del Hogar, se representan también el “kobén” de las cocinas mayas contemporáneas, así, cuando las mujeres mayas cocinan, se unen con el cielo.
Es por eso que desde tiempos antiguos, hasta hoy en día, después de un nacimiento, la partera entierra el cordón umbilical del bebé, si es varón en la parcela delimitada por sus cuatro puntos cardenales sagrados que son: Xaman, norte de color blanco, sak; el Nojol, sur con el color amarillo, kan; Lak’in, el oriente, rojo, chak, y el poniente, chikín, negro. Siendo el número cuatro por lo tanto masculino. Pero el cordón de la niña es enterrado en el fogón (kobén) bajo las tres piedras que lo conforman y representan los tres mundos o planos de los que ya hemos hablado. El número femenino es por lo tanto el tres.
Según el texto de Claudio Obregón, es importante también saber que el número 9, múltiplo del 3 (3 veces 3), está íntimamente relacionado con el Xibalbá (inframundo), que cuenta con 9 niveles y es en él donde las aguas generadoras de vida tienen su morada, así como los dioses o deidades relacionados con la fertilidad y la germinación. También se refiere a las nueve lunas que dura el embarazo de una mujer y que se requieren por lo tanto para la gestación de un bebé. Es decir, está vinculado a la fertilidad y por lo tanto a lo femenino (Los números sagrados mayas, literaturaymundomaya@gmail.com )
El significado de los números es fundamental para la masonería y por lo tanto lo que representan para los mayas y el papel de lo femenino en ellos debe considerarse como parte intrínseca del camino al conocimiento. Sólo así nuestro concepto de igualdad estará basado en el reconocimiento de la diversidad humana, los diferentes géneros, la pluralidad étnica y cultural. Debemos reconocer que invisibilizar lo femenino y a nuestra gran cultura maya, implica discriminación negativa y es definitivamente violencia simbólica contra las mujeres y contra toda una etnia.
Fuente: Por Esto.
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