Y todavía alguno jura que el mexicano es, por naturaleza, rebelde e indómito. ¿Ah, sí?
¿Indómito el mexicano, con semejante docilidad para permitir que las televisoras le impongan esos grotescos patrones infra-culturales que ventosean desde la de plasma? ¿Indomable, cuando así concede que sean las estrellas quienes les impongan formas de ser, de actuar, de pensar, de expresarse? No me refiero a las estrellas del zodiaco, sino a las del gran canal (así) del Gran Canal del Desagüe, el dos reforzado por los demás canales, TVAzteca y algunos más. Horroroso.
¿Rebelde, indómito, el mexicano? Pues qué, ¿no es el duopolio de la televisión el que a punta de telenovelas, películas rancias, tonadillas idiotas y chismarajos de las “estrellas” de gran canal les modelan y modulan formas de ser y de actuar, de comer y vestir, de expresarse y hasta de nombrar a las pobres víctimas recién nacidas?
Esa moda grotesca, mis valedores, ¿no les produce espeluznos? Porque hemos dado en la flor de imponer a los niños nombres ajenos a nuestras formas de ser, a nuestra idiosincrasia, a nuestra esencia de mestizos de la indígena violada por el aventurero español. Yo recuerdo, a propósito, aquel día, ya lejano en el tiempo, cuando fui a registrar al Benjamín de mis hijos.
Así se sucedieron las agrias acciones: Muy temprano aquel día, yo ya con el chamaco en brazos, trepé al volks cremita, donde ya estaban instalados mi única y el par de padrinos, testigos o compadres, y ándenle, que allá vamos rumbo al Registro Civil, arribamos a nuestro destino y nos formamos en una cola de cuadra y media de madres. Al mediodía ya estábamos a 10 mamacitas de la funcionaria que me otorgaría factura, tenencia y holograma de verificación del mamoncillo. De súbito: ¿y eso?
¿Qué estaba ocurriendo frente a mis ojos? Diez madres adelante, la del suéter color plúmbago había llegado ante la funcionaria y mostraba al de pecho, un lindo chamaco mestizo, mexicano al 200%, vale decir: chaparrito, jetoncito, triponcito, vecino de por alguno de tantos barrios de la noble y vial. Escuché a la funcionaria del Registro Civil: “¿Nombre pa su cursientito?”
– Crístoper Glin, o sea: Christoper Glin Güemes, de los Güemes de Vermejillo de Abajo.
“¿Nomás Crístoper Glen?”
– Nomás Crístopher Glen. Le pensábamos poner Cristopher Brayan Conan Ronal, pero a la hora de la hora su padre....
– Si yo tuviera padre no estaría usted aquí.
– Su padre de él, de Cristopercito Glin. A última hora él se decidió por Crístoper Glin nomás. ¿No, viejo? Que Brad Ronal Brayan Conan ya en La Tusanía, donde vivemos, están muy chotís. Nomás Cristopher Glin Güemes Benítez, pa servir a usté y a la Santa Muerte, que se la cortó a tiempo, su diarreíta.
Cristopher Glin se le quedó, y a Vermejillo de los abajeños,
Mis valedores; ¿cuál jura el acta de nacimiento que por nombre llevan sus hijos? Y no imitamos al culebrón telenovelero, ¿verdad?
Esto continúa el lunes. (Conste.)
Fuente: Zócalo de Saltillo.
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