extendiéndose hacia Luvianos para bajar hacia Bejucos y seguir a San Pedro Limón y Tlatlaya para rematar en Amatepec. En todos estos sitios, el partido con más peso municipal y ganador de las elecciones es el de la Revolución Democrática.
En 2012, con motivo de la campaña presidencial, me cuenta un testigo directo que las multitudes recibieron a Andrés Manuel López Obrador como héroe, le colocaron guirnaldas al cuello y le hicieron recorrer varias calles entre el estruendo de las balas que se disparaban hacia el aire desde distintas camionetas llamadas “Lobo”. Concretamente, en Luvianos, el abanderado entonces de la izquierda unida fue acompañado por los alcaldes y por los personajes de cada sitio en donde, como curiosidad, las enormes residencias, entre el bosque, contrastan tremendamente con las reducidas casas de los agricultores porque, de acuerdo a los censos oficiales, esta porción mexiquense está dedicada a la siembra de granos básicos aunque, con el correr del tiempo, las actividades fueron variando; incluso entre los lugareños se acepta que entre las cuevas dominantes existen evidencias sobre laboratorios de refinación de cocaína.
Bien se sabe que en San Pedro Limón, cerca de Tlatlaya, el 30 de junio de 2014, un comando militar ajustició a veintidós civiles alegando que se trataba de desmantelar a una “banda de secuestradores”. Luego se guardó silencio ominoso durante noventa días hasta que un semanario y la agencia de noticias AP difundieron fotografías de la masacre en las que se observan cadáveres de niños y el de una jovencita ante el muro de una bodega cerrada. Así procedían los imperialistas británicos en la India de Ghandi y actúan hoy los marines concentrados en la base de Guantánamo, Cuba, contra los talibanes en estos tiempos de lujurioso fundamentalismo.
Los mandos castrenses, entonces, pretextaron que un soldado había sido herido por lo cual debieron repeler la agresión. No fue así: es muy posible que el baleado hubiese sido víctima de las ráfagas intermitentes de sus propios compañeros quienes no cesaron hasta agotar las muertes. Veintidós civiles a quienes no ha podido confirmarse como delincuentes post-mortem cuando se cuenta, y tanto se presumen, con tecnología “punta”, bancos de huellas y voces, de ADN, para poder resolver cualquier enigma criminal.
El drama recula históricamente según la investigación de un acucioso reportero. Y así llegamos a 2008, en plena efervescencia calderonista –esto es antes del derribo del Jet LEAR en el que viajaba Juan Camilo Mouriño Terrazo, el “delfín” en apariencia-, cuando aún se negociaba para aglutinar a los grandes capos del narcotráfico en un solo mando, precisamente el de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” quien se dio el lujo de amenazar de muerte, en mayo del mismo año, al entonces gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto asegurándole que no llegaría a la Presidencia. Por eso fue prioritario capturarlo... aunque ya no estuviera al mando de la “Confederación de Sinaloa” dominada ahora por Ismael “El Mayo” Zambada quien traicionó al primero con el apoyo soterrado de ciertos mandos institucionales. ¿Alguien ha vuelto a saber de este personaje desde la caída del “Chapo”? La sola interrogante es una evidente denuncia.
Pues bien, en ese 2008, Miguel Ángel Granados Chapa, en su columna “Plaza Pública”, publicó lo siguiente exactamente el 9 de octubre, menos de un mes antes de la muerte de Mouriño:
“Al mediodía del lunes 18 de agosto pasado, el tianguis que se sitúa al lado del templo parroquial en San Pedro Limón, un poblado en el municipio de Tlatlaya, distrito de Sultepec, estado de México, fue interrumpido de manera brutal. Llegados a bordo de tres vehículos, una veintena de individuos con el rostro cubierto y con vestimenta de tipo militar disparó sus armas, AR-15 y AK-47 contra la pequeña multitud que trajinaba en el lugar. Murieron por lo menos 23 personas, niños y adultos, y decenas más resultaron heridas. No pareció que buscaran a alguien en particular, contra el que dirigieran su ataque. Su blanco era gente común y corriente, desconocida de los agresores. Se cree que no todos se marcharon al concluir su estúpida y sangrienta acción, sino que algunos de ellos se quedaron en la zona para tener control sobre lo que allí ocurriría”.
“Con ser excesivo, no fue eso lo peor. Rato después de la inesperada embestida, que dejó pasmados a los sobrevivientes, quienes no acertaban a decidir qué hacer, llegaron al lugar otros vehículos, esta vez ocupados por miembros del Ejército. Éstos retiraron los cadáveres, recogieron los casquillos y limpiaron la escena. Despojaron de sus teléfonos celulares a los espantados vecinos y visitantes y se las arreglaron para hacerles saber que era preferible que no se supiera nada de lo ocurrido. Quizá disuadieron también al personal de la agencia del Ministerio Público, incluidos agentes ministeriales, que supieron de los hechos pero no cumplieron sus funciones, pues no se inició averiguación previa alguna”. Hasta aquí el relato del columnista ya fallecido.
Por tanto, no era desconocido el lugar para mandos castrenses y capos que viven como reyes entre el bosque maravilloso, rebosantes de pinos, que les sirven de camuflaje aunque no lo necesitan porque los acuerdos se cumplen.
Lo terrible es que los partidos políticos, y todos sus líderes, parecen involucrados sin remedio.
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com
Fuente: Zócalo de Saltillo.
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