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USOS Y ABUSOS DE LA “SOCIEDAD CIVIL”
Noticia publicada a
las 03:00 am 21/10/17
Por: José Fernández Santillán.
La gran pregunta ahora que pasó la etapa más urgente y dramática del sismo del 19 de septiembre es ¿cómo canalizar esa energía social que se desató? Vale decir, si el subsuelo geológico se movió y sacudió a nuestras ciudades y poblados, el subsuelo social respondió movilizando a una cantidad enorme de personas, sobre todo jóvenes, para hacer frente a la tragedia. En un instante la vida cotidiana se vio alterada y nos obligó a ver a los demás.
Ese día, como siempre, cada cual llevaba a cabo sus tareas cotidianas; pero, de un de repente, todo cambió: nos pusimos en contacto con nuestros seres queridos para saber cómo estaban; pero nuestro entorno exigió que nos pusiéramos a trabajar hombro con hombro con los demás en tareas de rescate, remoción de escombros para salvar a las personas que habían quedado atrapadas, atención de heridos, etcétera.
Es la enseñanza que nos dejaron los sismos de 1985 y que han interiorizado, los que no lo vivieron, en pláticas familiares, charlas entre amigos y gracias a la educación de protección civil. Para usar las palabras de Emile Durkheim: en esta emergencia, de seres individuales pasamos a privilegiar la parte que nos corresponde como seres sociales. Esta idea va en consonancia con lo que escribió Federico Reyes Heroles en su artículo “Grandezas y Miserias”: “La sociedad mexicana descubrió en sí misma una vocación que después se ha multiplicado y manifestado en varias ocasiones. Es un proceso de conciencia, una implosión individual que se transforma en una explosión social.” (Este País, n° 318, octubre de 2017, p. 13).
En un santiamén se pusieron a funcionar los centros de acopio y los albergues para los damnificados. Ya no fue la distancia y desconfianza que privaron durante los sismos de 1985 entre ciudadanía y autoridades; por el contrario, los cuerpos oficiales se aliaron con la ciudadanía movilizada.
Los millennials, tan criticados por su egoísmo, nos dieron una lección de pundonor al “ponerse las pilas” y conectarse en los trabajos de auxilio en bien de quienes habían sufrido el derrumbe de sus edificios o el daño de sus viviendas.
Pero también hubo rapiña: en Morelos unos granujas instalaron falsos centros de acopio. Algunos funcionarios públicos aprovecharon la ayuda que generosamente mandó la población y que trasladó el Ejército y la marina, para ponerle el sello con su nombre como si fuera propaganda electoral. A Alejandra Vicente Cristóbal, quien perdió la vida al derrumbarse el edificio en el que vivía, le robaron su tarjeta de débito; los rufianes gastaron 24 mil pesos en compras que hicieron en Zara y Best Buy.
Allí los contrastes de esta sociedad.
¿Qué hacer para que la fraternidad mostrada no se diluya en lo efímero? Valga una comparación: se calcula que en México hay unas 20 mil asociaciones civiles; en Estados Unidos existe un millón y medio. Eso es lo que nos falta: darle forma y sentido a la espontaneidad. Organizarnos.
Conviene recordar que de los terremotos de 1985 nacieron agrupaciones vecinales para pelear por la reconstrucción de las viviendas dañadas. Es más, en estos 32 años han nacido muchas organizaciones civiles dedicadas a los más diversos aspectos: la lucha contra el cáncer, la lucha contra el sida, la defensa de los derechos humanos, la transparencia y la rendición de cuentas.
En la sociedad civil mexicana hay de todo: desde organizaciones que actúan de buena fe y que han obtenido resultados tangibles, como la Ley 3 de 3 que necesitaba, para ser admitida en el Senado, 120 mil firmas y que logró juntar 634,143 rúbricas. Todo un récord que muestra la labor callada de muchas personas para lograr ese objetivo.
El problema es que, así como en la política tenemos demagogos y vivales (hombres y mujeres) así también los hay en la sociedad civil. En algunas asociaciones hay bribones que en realidad usan la supuesta causa altruista para su propio encumbramiento. Les encantan los reflectores; andar en la farándula política. Han desarrollado una singular habilidad mediática para hablar a nombre de la sociedad civil y mostrarse como representantes de las demandas de la ciudadanía.
Así como la máxima expresión del Estado absolutista ha sido el dicho de Luis XIV l’etat c’est moi (El Estado soy yo), estos impostores pregonan la société c’est moi (La sociedad soy yo).
Suelen sacar jugosos dividendos del trabajo ajeno para lucro personal; son diestros en el acopio de recursos públicos y privados para causas “no lucrativas.” Andan por todos lados dando conferencias y seminarios que muestran un perfil distorsionado de México, todo a nombre de la sociedad civil y de la democracia mexicanas. Pontifican con una retórica simplista y se dicen víctimas de la persecución oficial como una manera más de hacerse publicidad. Pero eso sí, atacan a quienes van en contra de sus intereses.
Acaso es inevitable que en nombre de la sociedad civil aparezcan estos belitres; pero el punto fundamental es desenmascararlos y trabajar para que esta energía que ha salido a flote no sea mal utilizada. Que sirva realmente a un propósito noble y constructivo.