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HERENCIA Y ENTORNO
Noticia publicada a
las 02:37 am 12/06/17
Por: Gilberto Nieto Aguilar.
* Cuanto más me adentro en mí mismo, más salgo de mí mismo. Ken Wilber.
XALAPA, VER.- La sentencia de que la conducta o comportamiento, la idea de la vida y el éxito o fracaso personal dependen de la familia o de las condiciones que se viven en la infancia, es una suposición angustiante, un determinismo que niega la libertad del desarrollo humano,
una creencia de dependencia concebida en la mente. Igual ocurre con una nación, con una sociedad, con efectos y consecuencias peores en el macro universo.
Quizá encontremos que en efecto, la infancia podría no dar las herramientas necesarias para crear las mejores expectativas de vida, lo que sería un obstáculo inconsciente; pero como adulto, el individuo podría encontrar una justificación para acallar su temor al éxito o elaborar una defensa frente a su propia incompetencia.
El supuesto de la crianza es el pilar de numerosas teorías basadas en la socialización entre padres e hijos como fuerza impulsora del desarrollo de la personalidad. Sigmund Freud propuso que los hijos adquieren su noción de la moral (le llamó “superego”) identificándose con el padre o la madre, e incorporando a su personalidad el sistema de valores correspondiente.
Sin duda los hijos tienden a parecerse a los padres como resultado del entorno y de que comparten los genes, aunque niños educados en forma parecida no son, necesariamente, adultos de personalidad parecida. El libre albedrío hace que cada quien convierta las circunstancias en resultados personales.
En la discusión sobre si la naturaleza (composición genética) o la educación (entorno) son los responsables del éxito en la vida, olvidan el factor personal que cada quien construye sobre su concepción del mundo y de la vida conforme va creciendo y desarrollándose. La naturaleza y la educación contribuyen, pero la reflexión final corresponde a la persona bajo un proceso donde entran en juego los tres elementos.
La herencia deja un margen para cambios, apoyados en las condiciones del entorno y la forma que la persona aprendió por sí misma a interpretar la vida y concebir el mundo que le rodea. Hoy, con tanta juventud y adolescencia que caminan confundidos, esto adquiere una relevancia vital. En las generaciones nacidas en los sesenta y setenta, se documentó una estrecha relación entre autoestima baja y problemas de violencia, alcoholismo, consumo de drogas, trastornos alimentarios, deserción y fracaso escolar, embarazos en adolescentes, suicido y otros [Reasoner, R. (2000), “The true meaning of self-esteem”].
Esto promovió un giro en las recomendaciones de crianza y en los métodos de enseñanza que, unido a la superación de las fronteras políticas por el desarrollo de las comunicaciones y el manejo abierto de la información que conllevan la globalización y el uso de las TIC, popularizó una serie de cambios que tal vez contenían una buena intensión pero que no fueron comprendidos ni llevados a la práctica con sapiencia y sentido común.